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domingo, 11 de agosto de 2013

La importancia de asociarse

Una de las dificultades con las que nos encontramos diariamente aquellos que estamos involucrados en asuntos que requieren de la protesta de la sociedad civil es la ausencia de un concepto de pertenencia a dicha sociedad civil.
Los ciudadanos tienen claramente interiorizado el concepto de individualismo. Comprenden a la perfección cuáles son sus deberes y derechos como individuos dentro de la sociedad. Saben que deben pagar sus impuestos, cumplir las leyes, que tienen derecho a expresarse políticamente por medio del voto, e incluso que pueden tomar medidas de tipo judicial cuando alguien les injuria, les calumnia, les roba, etc. Sin embargo, pocos comprenden lo que significa la pertenencia a una sociedad. El problema viene de lejos, y ha visto opiniones para todos los tipos, desde la corriente psicológica-sociológica de la Gestalt, que afirma que la sociedad no sólo es la suma de los individuos hasta la opinión de la ex-primera ministra británica Margaret Thatcher, que defendía que la sociedad no existe, sino que sólo existen los individuos.
Si me tengo que posicionar, desde luego que lo haré hacia la primera opción, porque creo que la segunda no es una opinión basada en la observación de los hechos que acontecen en los grupos humanos, sino un modelo que los liberales (neoliberales) pretendían, y pretenden, llevar a término.
La sociedad, como conjunto, es mucho más que una agrupación de individuos. La sociedad española no es una agrupación de cuarenta y siete millones de individuos, sino que las relaciones que dichos individuos mantienen entre sí, así como el resultado de esas relaciones (asociaciones de la sociedad civil, por ejemplo), amplían el espectro de acción de cada uno de nosotros, lo potencian y lo enfocan hacia causas que, en muchos casos, están más allá del simple interés individualista.
Por poner un ejemplo sencillo, podríamos hablar de las asociaciones de vecinos. Si fuéramos plenamente individualistas, no tendría ningún sentido la existencia de tales grupos. Sin embargo, por interés y por necesidad, nos vemos obligados a asociarnos para defender y gestionar aquellos intereses que nos son comunes, que excenden de nuestro egoísmo. Por ejemplo, la negociación de los precios del combustible para una caldera comunitaria. Un neoliberal nos diría que lo mejor que podríamos hacer es negociar individualmente, de manera privada, no común, y que el que fuera más hábil consiguiera el mejor precio. Tendríamos que instalar calderas individuales y buscar un contrato individual con un distribuidor. Un comunitarista diría que es mejor que la caldera sea compartida, y que se busque el poder de la mayoría para encontrar buenas ofertas en el mercado, haciendo que el que no tuviera tanta habilidad negociadora de manera privada pudiera beneficiarse de un buen contrato, aun a costa de que el que pudiera haber conseguido mejor precio de manera individual no lo haya hecho. Son dos visiones que, día a día, nos encontramos en todos y cada uno de los asuntos que conciernen a la sociedad: la sanidad o la educación, por ejemplo. Los neoliberales (la derecha conservadora, básicamente) abogan por una gestión privada de tales servicios, haciendo que el que tenga más habilidad (y más dinero) salga beneficiado de la contratación; los comunitaristas (esa izquierda que en España nadie sabe dónde está) aboga por que los servicios sean comunes, asegurando que incluso el que no pueda permitirse, por no tener dinero, un seguro privado o una educación privada, pueda acceder a tales servicios.
Estas cuestiones están en la sociedad civil, no sólo en el espectro de la política profesional. Por ejemplo, las ONGs, o las asociaciones culturales, o las asociaciones de consumidores, que luchan por abrirse camino en un mundo, como el español, que permanece férreamente atrapado por las garras de los políticos profesionales ya desde el franquismo. Sin embargo, el mayor problema con el que estas asociaciones de la sociedad civil se encuentran no es el cierre de opciones de los políticos, sino la poca participación de los ciudadanos, más preocupados por solucionar sus problemas de manera individual que por tratar de ayudar de forma solidaria a los demás. Aun sabiendo que realizando estas labores solidarias está ahorrando problemas que, en el futuro, podrían afectarle individualmente.
Por eso yo hago un llamamiento para que los ciudadanos se asocien, para que participen. Y no sólo como militantes de un partido político, lo cual es una opción tan válida como otra cualquiera, sino como participantes en las reuniones de las asociaciones de vecinos, o como colaboradores en asociaciones culturales, o como voluntarios en ONGs, y, cómo no, como miembros de asociaciones de consumidores y usuarios, que, en último término, es como nos ven los famosos "mercados" a nosotros, los individuos.
Solos, aislados, no tenemos apenas fuerza. Unidos, se pueden conseguir cosas.

sábado, 3 de agosto de 2013

¿A qué juegan? ¿A qué jugamos?

La situación está llegando a un punto de no retorno. Como ciudadano (aunque sea convertible), llega un momento en el que la ridiculez de las decisiones del gobierno y de los consejos de los agentes exteriores, junto con la cara dura de los gobernantes, satura hasta lo inimaginable.
Y, lamentablemente, estamos llegando a ese punto. La cuestión, evidentemente, es qué pasará cuando lleguemos. Sinceramente, me temo que no pasará nada, que la vida seguirá, que la gente seguirá acudiendo a trabajar (si tienen trabajo), y a votar a los mismos de siempre (si no les quedan neuronas). Habrá protestas, claro, pero serán unos centenares de miles de personas paseando pacíficamente por las calles, sin armar demasiado jaleo, no sea que les vayan a decir que son malos ciudadanos.
Mientas eso ocurre, los gobernantes, los grandes empresarios, los banqueros, y toda esa retahila de malnacidos y desgraciados, se descojonarán abiertamente de nosotros. Se habrán salido con la suya. El FMI habrá logrado que España se convierta en un país tercermundista en lo que a calidad de empleo se refiere; la sanidad estará en manos de las grandes corporaciones privadas de los políticos y sus parientes; la educación será una simple formación como peón para un trabajo concreto; los valores los dictará la rancia y repulsiva casta de obispos católicos; las pensiones serán esos cuentos que los abuelos les cuentan a sus nietos de "antaño todo era mejor"; la dependencia no supondrá un problema porque los dependientes habrán fallecido a la espera de atención médica o ayudas; el paro se reducirá porque todo español que pueda huirá de este terruño mal llamado país... En definitiva, todo se irá a la mierda.
Pero claro, en el proceso de enmierdar todo, los cuatro caciques de turno (véase Rajoy, Cospedal, de Guindos y toda esa comandilla de hijos de la gran España) se habrán enriquecido y habrán saciado además sus ansias de poder. Y todo, con la connivencia cobarde de una sociedad decadente, perezosa, adormilada y estúpida.
¿A qué juegan los ciudadanos españoles? ¿Piensan que todo esto puede arreglarse sin poner algo de su parte? El que quiere peces, se tiene que mojar. Y no sirve quedarse sentado en el sofá indignado criticando al pelele político de turno. Ni siquiera sirve salir a la calle a protestar sin más, o hacer una huelga general de un día. Hasta que no paralicemos el país seriamente, con medidas severas y contundentes, como una huelga general indefinida, o como una protesta delante de la Moncloa, del Parlamento, de las delegaciones de gobierno, etc., que les obligue a dar la cara para poderles dar una buena bofetada antes de largarles a la puñetera calle y reiniciar de nuevo el país, esto no se arreglará.
Una vez hablaba con un amigo español y un muchacho extranjero que nos preguntaba qué profesión tenía futuro en España. Entre risas, le respondimos "fabricante de bombas". Las risas se agotan.