jueves, 16 de enero de 2014

Gamonal, la chispa

Con vuestro permiso, voy a retomar la escritura en este blog con un tema algo alejado de las preferentes y subordinadas.

Durante los últimos meses, megáfono en mano, he estado manifestándome con mis compañeros de ADICAE frente a las sucursales más importantes de los bancos y cajas de ahorro más corruptas y ladronas que podemos encontrar en Valladolid y en toda España. El resultado, como es sabido, es mucho ruido contra ellos, y muy poca repercusión en los medios. Cada jueves hemos gritado, hemos abucheado y hemos protestado de maneras diversas en la puerta de las sucursales. Incluso nos hemos plantado en la puerta trasera del parlamento autonómico a tratar de hablar con los políticos que dicen representarnos. Y nada, ni un solo resultado visible.

Voy a ser totalmente sincero: no creo que la manifestación, en su modelo actual, vaya a tener los resultados que esperamos. No creo que por salir día tras día, semana tras semana, la gente vaya a fijarse en nosotros más que el primer día que lo hicimos. Es cierto que cada día más personas se unen a nuestras protestas, pero las sucursales cierran sus puertas, como si cerraran sus oídos y no quisieran escuchar; y los trabajadores, desde los que están en caja hasta el director de la sucursal, ven pasar cada jueves la manifestación con el hastío del que tiene un dolor de cabeza recurrente que se pasa la misma mañana que aparece.



Todo esto me lo vengo planteando tras ver el llamado #EfectoGamonal, es decir, esa chispa que ha saltado por la fricción entre los vecinos del barrio burgalés y su ayuntamiento, que pretende realizar unas carísimas e innecesarias obras en la principal vía de Burgos para enriquecer al cacique local, de nombre Mendez Pozo y de profesión (¡cómo no!) constructor.

Llevaban meses de protestas, meses de manifestaciones pacíficas, como nosotros. Sin embargo, la resistencia, en buena medida violenta, al inicio de las obras en su calle, les ha llevado a la primera plana de los medios, tan manipulados como previsibles. No sirve de nada la constancia en la protesta, sino el contenedor quemado; no sirve de nada gritar proclamas y lemas, sino resistir una carga de los antidisturbios y lanzar piedras a las "lecheras". Esta es la lección que parece extraerse del conflicto de Gamonal.

Y no es una lección nueva. Ya lo vimos con los mineros o con los empleados del servicio de basuras en Madrid. Éstos últimos, con una huelga indefinida (un concepto que los sindicatos no parecen comprender bien, quizás porque el único momento en que un sindicalista trabaja es cuando hay huelga, y la idea de trabajar más de un día le produce urticaria en el cerebro), incluyendo enfrentamientos más o menos violentos con la policía, lograron evitar un desastre, si bien no consiguieron salvar todos los empleos y los sueldos de los trabajadores. Y demostraron que no sólo la unión hace la fuerza, sino que la propia fuerza, entendida directamente como resitencia a la autoridad incompetente, hace la fuerza.

Tal vez deberíamos plantearnos todos el abrir un libro de historia y ver cuántas revoluciones han triunfado levantando las manos y agitándolas en silencio para simular un aplauso, y cuántas lo han hecho dando palos y enfrentándose a las fuerzas violentas del estado.

Para los que quieran comprender alguna cosa más, les dejo un enlace a este artículo de Javier Marías.

Me despido deseando que todo el poder político, tan corrupto como el propio sistema democrático en que vivimos, se tambalee ante los gritos de ¡Gamonal resiste!